viernes, 22 de marzo de 2024

LIBRO: QUEMAR LAS DIOSAS

 



Vanessa Marín





Quemar las Diosas





Registro de propiedad intelectual Nº: 2022-A-7069
Ediciones Hurañas
Primera edición: Noviembre del 2022
ISBN: 978-956-9818-23-3

Edición y corrección:
María Constanza Castro Molinare 
Jimena Sáez Rubilar
Iván Ávila Pérez

Diseño de portada: Sebastián Chávez Peña





Agradecimientos: 

A ustedes, por estar del otro lado leyendo y a mi 
madre por haber sangrado conmigo y ser aquella 
que nunca ha soltado mi mano en el galope de la 
vida.





“No puedes olvidar a las personas, sepultarlas y fingir 
que nunca existieron”. 
 Joe Bokenkamp





Quemar las diosas

Todas están aquí,
susurrándome.
Fastidiándome. 
Tengo miedo,
no se callan.
Hablan entre ellas. 
Murmuran.
Fragmentan mis versos. 
Los mutilan.
Desmiembran mi carne, 
la devoran,
se embriagan con mi sangre,
vomitan. 
Vuelven a comer y a beber.
¡Estas omnipotencias están malditas! 
Me miran. 
Me miran con odio,
me miran con furia.
Con atisbos de súplica… 
Una de ellas grita,
la otra ríe. 
La que grita también llora
y las otras dos,
aúllan.
Vehementes todas.
Inoportunas,
llegan tarde a la hora de mi muerte. 
Crean problemas,
inventan excusas.
Hacen demasiado ruido 
¡Silencio!
Estoy lista para enfrentarlas,
incendiarlas 
desde la médula 
hasta los músculos. 
Espero que sepan
que no les llevaré flores
después de matarlas.
¡Voy a quemar mi habitación!
¡Voy a quemarlas a todas!
Voy a incendiar las ciudades 
por donde transitan.
¡Voy a prenderlo todo
y vuestras almas van a arder!





Loca

¿Fue un salto cuántico haberme vuelto loca?

Me han dicho que estoy loca,
porque dentro del pecho 
tengo una paloma endomoniá
que aletea violenta 
e intenta salirse por la boca 
cuando se enamora.
Me han dicho que estoy loca,
porque siempre ando despeiná,
soy un desastre para pintarme las uñas
y la máscara de mis pestañas dura poco,
porque lloro mucho. 
Me han dicho que estoy loca,
porque amo profundamente,
insistentemente,
apasionadamente,
intensamente.
¡Porque mi mente!
No tiene puntos ni comas,
solo signos de exclamación
que terminan incendiando vínculos
que nunca entablé correctamente. 
¡Me han dicho que estoy loca!
Loca de patio, 
de aislamiento,
de sala común,
de manicomio penitenciario,
de iglesias exorcistas, 
etcétera. 
Soy la loca. 
¡La llorona!
¡La que grita a sus muertos 
cuando los extraña!
La psicópata que se enamora 
y cae cae cae 
hacia el barranco,
sin importarle el costalazo,
las rodillas peladas,
el tropezón 
y el chichón en la frente. 
¡Me arriesgo!
Con toda la fuerza 
que procede del hipotálamo,
la amígdala,
el sistema endocrino
y la puta madre.
Lo cierto, 
es que solo soy una mujer 
que camina por las calles 
y se inspira en pavadas surrealistas 
y le importa tres pingos 
la poesía cursi.
Lo cierto,
es que seguiré siendo la loca 
de todas formas.
Una borracha de vino,
una tabaquera orgánica, 
una llorona de tomo y lomo.
Una mujer 
que toma todos sus pedazos 
y se arma una y otra vez
hasta volverse más loca aún
¡Y subir más la voz!
Y cantar como un ruiseñor 
en los oídos de los que juzgan. 





¡No me jodan!

“Quiero caminar hasta salir del mundo”

Que no me ilusione el loquero 
con sus frases célebres de autoayuda,
apenas me termino de sacudir el polvo 
que dejó la tormenta, 
cuyo paso se llevó los eslabones 
que sostenían mis extremidades. 
¡No me jodan!
No me pidan ser la mujer 
que siembra florecitas 
en jardines despoblados,
ni me pidan escribir sobre arcoíris 
y estrellitas rimbombantes. 
No me pidan escribir sobre mariposas 
cuyos vuelos estrepitosos 
duraron un segundo,
ni me pidan que siga escribiendo
para quienes nunca me recordarán.
¿Acaso no puedo ensuciarme las manos 
con la mierda que me flagela?
¿Acaso no puedo estrellarme contra el mundo
y llorarme toda en los brazos de mi madre?
¡Estuve callada por siglos!
Por miedo,
represión,
porque el qué dirán 
y lo que no.
Así que no me pidan 
que me coma la rabia,
que no muestre la herida,
que no grite el dolor,
que no sea capaz de perdonar.
¡No me jodan!
No me jodan con el amor,
esa cosa musgosa 
que se pega en las paredes 
del imaginario ego.
Julieta murió en mis brazos,
su cadáver mora al otro lado de mi cama.
¿Acaso nadie más la ve?
¿Nadie huele el sulfuro 
de sus bacterias anaeróbicas?
No me jodan, 
ni me miren así,
como si fuese la víctima 
de mis circunstancias.
No se equivoquen si me ven 
con la mirada triste 
o los labios cóncavos. 
Aquello, 
son huellas de tempestades 
que no dejaron piedra sobre piedra. 
Así que: 
¡No me jodan!





Qué saben de estar maldita 

¡Me he convertido 
en una atrocidad de poeta!
Bajo al infierno 
para desterrar monstruos con mi pluma.
Me tomo dos copas de vino, 
donde los esqueletos arden 
y no me da miedo.
Tengo demasiados pensamientos 
pateándome la cabeza.
Intento meditar, 
pero resuena el zumbido 
de mi oído izquierdo
y emergen los aromas 
de aquellas mujeres 
que quisieron ser mis madres.
Tengo la vida que me remueve 
y atraviesa con su espada punzante
dándome las supuestas últimas estocadas. 
Quisiera que mi espíritu menesteroso 
tuviese el descanso eterno.
Volver al útero de mi madre 
para salir renacida.
Morir muchas veces 
para muchas nacer.
Cumplir la profecía.
Estoy cansada de dormir 
en fosas lúgubres y empantanadas,
de ser escupida por dioses inventados 
por quienes desean cambiar sus deformidades.
¡Estoy cansada! 
Pero al menos tengo la poesía 
para atragantarme,
para castigar los sonetos de la voz 
y romperlos
en billones de partículas 
con olor a excremento.
Al menos tengo este malogrado escrito
lleno de agobios 
y desencuentros.
Al menos puedo expresarme 
en este canto de mierda,
que más parece una protesta 
o una pataleta gramatical
y puedo vomitar 
todo el alcohol de la noche
en el mismo tarro 
donde recopilo amores. 
Al menos tengo un palo tras la puerta
acaso aparece la misma persona
que me lanzó al abismo 
e intentó rescatarme después
con una moneda de diez pesos.
Al menos tengo esta autenticidad 
de odiarme y amarme.
De sacudirme la ropa 
llena de ácaros y polvo.
Al menos puedo enfrentarme 
al desconcierto,
al flujo de la vida,
a lo indescifrable,
a lo incierto. 
Al menos estoy siendo honesta con ustedes,
que me miran con cara circunspecta,
preguntándose quién fui,
quién soy 
o quién seré,
tras estas letras hediondas a desolación. 
Es hora de partir de esta verborrea mental 
que tanto aburre y aqueja 
a ustedes,
literatos con fama de poca monta,
lectores esquizoides con trastornos varios.
A ustedes que no entienden nada 
porque creen saberlo todo.
¡Qué saben de estar maldita! 





Me clavaría un puñal en el pecho para terminar de 
matar a la paloma que hace estragos en mi respiración y 
pide agua mientras agoniza.





Mentirosa

Usted prometió moldear las nubes 
con formas extrañas
de las cuales saldría lluvia 
y mojaría las albercas 
de mi asimétrico rostro. 
Usted prometió cepillar mi cabello
cada noche
y susurrarme al oído 
frases llameantes 
mientras que poro a poro
nos fuésemos quemando. 
Usted prometió
pintar mis uñas
de diferentes colores,
matizar mis labios bermellón
con un beso.
Pero hasta el momento,
veo solo palabras decoradas 
flotando en sus fálicos mares.
Golondrina engañadora,
usted me huye 
me ilusiona,
me quiere,
me odia,
me deja,
me toma,
me usa… 
¡Excelsa vergüenza! 
A usted la invaden 
crueldades inhumanas. 
Debería arrepentirse 
por los espasmos que dejó 
deambulando por mi estómago
y dejar de proponer un destino juntas
sobre un ventisquero invisible
cuando se le da la gana.
¡Mentirosa!





El regalo

Es imposible dejar de amar al verdugo 
que antes de matarme a palos
erizó mi piel

¿Será ella el mal que se adentra 
en los espíritus dañados?
¿El cerco más tóxico
dentro de mi atmósfera? 
¿Será ella el caos 
que enloquece a las abejas 
y luego se va 
dejando la chorreante miel 
bajo la tierra?
¿El juego sexual más insultante 
dentro de mi cama, 
o el ocaso disoluto 
de mis fantasías más excéntricas? 
¿Será ella la planta carnívora 
que devora mis células 
para después crear un gran tumor?
¿La resaca de una noche 
cuyo alcohol descendió de las estrellas? 
¿Será ella?
O tal vez sea la más hermosa doncella
la que deja regalos 
en mis sueños más proscritos… 





Viaje
 
Tengo el corazón lleno de pájaros aleteando hacia ti
Camino hacia tu cuarto,
te observo. 
Bajo las revueltas sábanas
me aquieto,
me alejo,
me inquieto,
me acerco.
Sumergida en tu aroma
me detengo en tus labios,
no los beso.
Contemplo tus lunares de corcheas
dentro del pentagrama de tu cuello
y tu sonrisa traviesa/presumida
mientras duermes.
¿Quién dijo que esto no es hacerte el amor?





Encuentro
 
Me pregunto si alguna vez 
podré volver a perderme en otros ojos, 
o sentirme dentro de otro ser
que aúlle bajo mis mares
hasta la pequeña muerte…
¿Cuál es el camino que trazarás 
con tu lengua para que pueda encontrarte?
¿Cuál es la zona donde habitan 
tus orgasmos oscilantes? 
Deberías quitarme la piel
llevando tu mano a mi sexo,
extendiendo tus dedos 
más allá del crepúsculo. 
¿Es como lo sueñas?
¿Es así como quieres que derrame
la viscosa miel de mi panal? 
¿Es cuando oprima con más fuerza
lo que enfurecerá tus uñas 
y enardecerá tu abdomen?
¿Eres carne de mi carne?
¿Lo serás?
¡Ven si estás sedienta!
Navega sobre mi pelvis
resurgiendo en mis húmedas caderas 
y mientras mis piernas se abren 
hacia la alborada de tus pupilas,
traspasa el umbral
de la epidermis. 
Entra jadeante 
hasta al jardín de mi útero. 
Ferviente y deseosa. 
Tomaré tus artesanas manos algún día
y las pondré en mi pecho palpitante
de efusivas sístoles… 





Alguien tiene que barrer la basura de la casa que 
habíamos soñado.





Luto

¿Qué escribo ahora si todo el dolor de la poesía entró en mi pecho?

Y pensar que por esta calle
han pasado tantos muertos.
Ahora paso yo,
con este vestido tiznado, 
deshilachado, 
sucio,
de sombras cubierto. 
Me desconcierta 
la forma en que miran 
quienes pasan por mi lado
y no ven que me desangro
bajo el vestido negro. 
¿Podrá cerrar esta cicatriz,
o envejecerá en su propia finca
llevándose todo lo que soy?
Remolco mi cadáver 
junto a los faroles que iluminan 
los pasos de la resistencia.
Me adentro hacia mi funeral 
y me dejo flores cada día,
con la esperanza 
que el dolor termine. 





La muerte de los pájaros

Y de repente,
el canto de los pájaros 
fue un grito siniestro 
dentro de mis oídos.
Quisiera matarlos
con este puño iracundo 
y sangrantes uñas
de tanto trepar árboles 
para alcanzarlos.
¡Muéranse todos los pájaros 
que le cantan al amor!
¡Corten todos los árboles!
¡Quemen todos los nidos!
Rompan todos sus huevos.
¿Pero qué sabes tú de pájaros?
¿Qué sabes tú 
de tonalidades y melodías?
¿Qué sabes de oírlos cantar?
DE OÍRLOS CANTAR
CON MAYÚSCULA.
Tras las cortinas susurrantes,
esperaba su trinar cada día.
Ahora, 
me trago la saliva de mi odio,
sin entender los designios de los dioses, 
que también son pájaros.
Lo extraño,
es que mientras te escribo,
un canario de alas rotas
canta en mi ventana
una canción que no conozco… 





Fin
 
Por fin eres polvo, 
por fin te diluyes 
en imágenes aberrantes 
ligadas a una historia 
de harapos homófonos. 
Por fin me deshago 
del quejido mutilador
del orgasmo que fingía
y me libero del pálpito arrítmico 
de tu corazón envenenado. 
Por fin, 
no me salpica tu saliva,
tus fluidos,
tu sudor,
tu sangre.
¿Cómo fuiste capaz de hablar de amor?
¿Cómo pudiste pronunciar 
tan sagrada palabra
a medios tonos y resabios?
¿Te atreves a encogerte de hombros
después de trastocar 
la curvatura de mi letra?
¡Ándate! 
De este poema con dolor de útero, 
ándate. 
La dolencia, 
ha tomado formas oníricas.
Ya no me destrozas a oscuras,
ni el silencio grita tu nombre.
He de enterrarte 
en el mundo de los muertos.
Sobre tu cuerpo dejaré insectos 
que devorarán tu carne
y rosas negras 
para decorar la tumba.
¡Sepultada quedarás 
en la tierra del olvido!




 
Ni perdón ni olvido

Heme aquí toda rota
y tú me perdonas.
Como si mereciera el perdón
¡Tú me perdonas!
Setenta veces siete,
como Cristo a sus siervos.
Tú me perdonas.
Pero yo no te perdono,
ni te olvido.
¡CONCHATUMADRE! 





Me convertí en la puta enamorada de la flor 
hermafrodita para olvidarte ¡Hasta que volviste!





Diosa de roca
 
Cada roce de su piel es un milagro…
Intento escribir 
sobre una mujer hermosa,
que no se parece en nada 
a una mujer hermosa.
¡Ella no es de este mundo!
¿Cómo describo a una diosa?
Baja desde el olimpo 
para darse a mis encrespadas manos,
que apenas se atreven a acariciar 
sus capas y rebordes,
pero ella hunde sus muslos 
en mis caderas con fuerza,
danzando con sus dedos virtuosos
por todas mis oquedades. 
Lentamente me desnuda,
como si no tuviera prisa,
despertando en mi vientre 
goces y furores.
¡En cada pliegue se regocija!
Viaja por mi espalda destilada 
hacia mi escote 
y mis pechos 
se deshacen como hielos en su boca.
¡Su boca!
Que entre labio y labio
¡Cuánto calor provoca!
¿Por qué a mí?
¿No soy acaso la humilde plebeya
que admira su prodigiosa divinidad?
¿Es acaso la pleitesía de mis actos
aquello que la excita
y vuelve más poderosa? 




Confesión

Usted, 
que lastima el pálpito del amor 
y se resiste. 
Usted, 
que está del otro lado leyendo,
despertando el sangrante beso 
que peregrina su silueta 
¿Sabe cuánto la quiero? 
Usted, 
podrá alcanzarlo todo 
con sus consagrados brazos 
y jactarse de ser libre,
mientras luce impetuosa 
sus coloridas alas 
frente al mundo.
Podrá tener a sus pies 
todas las estrellas del cosmos
si así lo quiere,
porque puede.
¿Pero sabe cuánto la quiero? 
¡Usted que todo lo sabe 
y si no lo inventa,
lo reinventa, 
o lo revienta!
¿Sabe que en cien años más 
esto no será más que un papel trivial
lleno de polillas y grisáceos? 
Pero yo le escribo 
para que no muera nunca
y en cada parpadeo la dibujo 
para que no desaparezca.
Sí,
usted lo sabe,
en Sol mayor lo sabe,
pero no lo canta 
sabiendo cantar.
Se va con su guitarra 
y desparrama su voz en otra,
que no morderá su entrepierna 
antes de llegar al lugar 
donde la lengua resbala.
Usted lo sabe, 
pero me invita al exilio de su piel,
justo cuando me defino 
completamente suya,
arriesgando una vida entera 
para tenerla entre mis brazos 
un segundo, 
dos segundos,
tres…
¿Importan los segundos 
siendo la intermitente pasajera de su cuerpo?
Yo la quiero 
y usted lo sabe.
Pero habrá un día 
en que me saldrá un rugido colérico 
por la garganta 
y me iré,
pronunciando el mantra aprendido 
del “nunca jamás”
tatuado en la médula 
como figura sacrosanta. 
Porque hay palabras 
que nunca dichas 
serán llagadas en los huesos
y la garganta no es para guardar tanto. 
Porque no podré sostener los muros 
que ha puesto para que me aleje 
sin interrogaciones,
porque no hay mujer que resista 
tanto desamor… 





Ave de presa
 
Me hiere el amor 
no correspondido 
de un ave errabunda 
con alas etéreas, 
de cuyo vuelo 
soy la presa malversada 
que se entrega sin razón
a sus depredadoras garras.
Como carnada para su regreso,
ensamblo hueso a hueso
los restos que quedaron,
de cada ataque consumado. 
¡Porque siempre vuelve
para recordarme que soy suya!
Que solo ella puede despedazarme 
y dejarme agónica frente a los ojos 
de quienes pueden salvarme 
de su malevolencia. 
¡Siempre vuelve
para trozarme un poco más 
y dejarme trasgredida 
ante quienes podrían quererme 
con bondad y sacrificio!





El sonido de tu desprecio

Jamás encontraré la raíz de tu mal,
ni lograré comprender 
tu teoría escalofriante del flow
y del amor libre a destajo.
Échale la culpa si quieres
a tu pasado tortuoso y malherido
del por qué no sabes amar
y todas nos vamos de tu lado,
o te vas tú, 
que no es lo mismo, 
pero es igual.
De todas formas, 
siempre alguien queda llorando.
No puedo creer 
que te hayas arrastrado 
vacilante por mis muslos 
como una caracola, 
dejando huellas sinuosas
por todas mis vértebras,
como perro que marca territorio
y luego se aleja oscilante
como si nada. 
¿Qué mujer en el orbe 
soporta esta burla llena de sacrilegios? 
¿A cuántas más 
has atiborrado de cosas sepulcrales?
¡Eres un cenagal de errores!
Un desastre de flor 
con pétalos deformes
y malas ramificaciones 
¡Retorcida! 
Caí en tus conjuros maliciosos 
y por eso ahora estoy muriendo.
Por eso ahora te escupo tus patrañas
y canto falacias, 
en vez de canciones sacras 
que se doblegaban para verte sonreír
en corcheas y bemoles.
¡No puedo soportarlo más!
¡No quiero volver a ser
la prostituta que llenaba tu soledad,
ni mis oídos desean escuchar
el sonido de tu desprecio! 





Violencia

¿Cuántas estocadas más me darás 
después de hacerme el amor?
¿Cuántas palabras degradantes 
después de servirme el desayuno?
¿Serás tú la que me lleve 
a la trastocada muerte?
¡Cállate que este es mi poema!
Acá no puedes alzar la voz
ni subliminalmente decirme 
que no soy lo suficiente.
Ándate a la mierda
con tu inteligencia emocional,
disfrazada de misticismo.
¡Esto no es cátedra!
¡Esto no es política!
¡Esto no es ciencia!
¡Esto es letra y puño!
¡Esto es carne! 
¡Esto es sangre! 
¡Esto es agua, 
esto es sed, 
esto es hambre,
esto es pan,
esto es arte,
esto es vómito,
¡Esto es poesía! 





Ambivalente

No puedes pintar mi universo de colores 
y luego irte como si nada. 
Considerando que la nada 
se define como: 
la inexistencia de cualquier cosa 
subyacente al todo. 
Luciérnaga de humo, 
irresponsable e insensata
¿Cómo te atreves a ser destello suspendido
en la zona más húmeda de mis caderas
y luego alejarte 
en el orgasmo más garboso? 
No puedes soltarme 
con la misma fuerza que me amaste.
¡No puedes! 
No puedes resbalarte iracunda 
por mi abdomen 
y luego dispersarte 
como una caracola 
entre mis piernas incorpóreas. 
No puedes lamer mi piel 
con tu lengua emponzoñada
y luego huir satisfecha, 
saboreando con presunción 
los pedazos 
que quedaron entre tus dientes.
No puedes ser el pájaro 
que vuela a ras de mis espumas 
y luego dejar tus plumas 
en la oceánica marea de mi pelvis. 
No puedes ser el réquiem de mis manos 
y luego desaparecer entre la niebla 
de aquella playa 
con huellas migratorias. 
No 
¡No puedes!
¡No debes!
¡No des explicaciones! 
¡Cállate! 
Me tiene podrida el doble discurso 
en el que buscas superar tu culpa.
¡No levantes la voz en este escrito!
No me interrumpas 
mientras leo este poema 
desterrado de su propia pluma. 
¡Silencio! 
Te estoy hablando y diciendo
que no puedes tenerme 
de este modo ambivalente. 
No puedes disociarte 
mientras recorres el camino de mi vulva
y creer que no me enamoré genuinamente. 
No puedes besarme de esta forma 
y luego regalarme la muerte con tu ausencia. 
¡No puedes!





La ambivalente tiene corazón, aunque está bajo barro.

Tú, la niña abandonada que abandona 

Envuelvo mi corazón con lo no dicho,
con el sentimiento sepultado bajo siete barros. 
Soy como un caudillo que muere 
para salvar la vida futura 
de un amor que sueña 
y sabe que no llegará. 
La tierra que no se moja con agua, 
endurece.
Pero tú, 
sabiendo que no puedes hundirte 
en ese pantano,
logras sentirlo.
Lo sé, 
escapé cuando pudiste amarme,
lo cierto, 
es que he partido más de una vez entre lágrimas, 
que son combustible para mi siguiente viaje. 





Calabozo
 
Me voy de tu calabozo fantasmagórico, 
lleno de arañas, 
gusanos, 
desmanes y guarenes. 
Yo acudiré allá, 
donde se abren los refugios de la gloria 
y encenderé una llama 
del eterno calor que merezco. 
Ya he vivido demasiado 
bajo los severos pórticos de tu poder. 
Así que limpia tú, 
el desastre que quedó 
por tus ambigüedades emocionales. 
Barre tú, 
las migas de pan 
que en su momento fueron mi cena.
Limpia tú, 
el vómito etílico 
de mi espíritu embriagado.
Hay restos de excremento 
en las paredes con tu nombre.
¡Limpia todo tú! 
Finalmente es tu resultado.





Una canción que se repetirá en tu memoria

Intenté estar con todas mis fuerzas,
derribé muros para estar a tu lado.
Me quedé 
aun sabiendo que pagaría 
con miseria y soledad.
Pero tú,
cerraste puertas y ventanas
y pusiste el candado 
con todo el peso 
de las cosas que esquivamos 
cuando no son suficientes.
Ningún vínculo nos unirá de nuevo.
Pero algún día dirás: 
“Intentó estar con todas sus fuerzas,
derribó muros para estar a mi lado,
pero yo cerré puertas y ventanas
y puse el candado 
con todo el peso de las cosas que esquivamos 
cuando no son suficientes”.
Repetirás este verso,
cuando mires a tu lado
y ella,
en vez de masajear tus pies 
y velar tus sueños,
se duerma dándote la espalda.





Olvido

Fuiste una gigante, que me mostró mis debilidades. 
La dura maestra con la que aprendí a amarme
Me he olvidado de ti,
de tus caricias 
cuyas formas eran de amapolas.
Ya no te nombro 
con la boca llena de polillas,
ni me asomo taciturna por la ventana 
invocándote, 
con la voz media quebrada. 
Me he olvidado de ti, 
como un impulso 
que no está sujeto 
al deseo de mi mente. 
Ya nada me ata 
a la espera de tu regreso. 
Todo se vuelve improbable 
y me gusta.
Porque muchas cosas 
me dejaron de importar 
cuando te fuiste, 
incluso morir.
Pero ahora,
después de varios gélidos inviernos 
en los que te lloré entumecida, 
he vuelto a saborear 
la marraqueta con mantequilla 
y huevo en el desayuno,
el té de hoja 
con naranja más canela.
Las canciones dedicadas 
ya no me torturan
y la ropa compartida 
de colores anacrónicos
la uso como trapero.
Ahora, 
he vuelto a caminar conmigo de la mano,
me acompaño a lugares concurridos
en donde tantas veces 
nos prometimos necedades
y nos fotografiamos 
con el símbolo de la paz.
¡Y por fin!
Puedo ocupar tu almohada 
como un objeto más dentro de mi cama,
sin embargo,
cada vez que te veo,
quisiera no haberte olvidado nunca.





He decidido vivir por siempre tres semanas, que serán 
toda una vida. Aunque sea sin ti. 





¿Me reconoces?

Soy quien que te esperaba tras la puerta
con una rosa en la mano.
Silente y sin dudas.
Soy quién se hará dueña de la aterradora noche
para que nadie te haga daño.
Soy la mujer que acompañará tus cansados pasos
y te hará dormir entre las flores.





Paulatinamente
 
Tómate tu tiempo en desmenuzarme.
Disfrútame, 
como tu Éclair francés por las tardes
o tu café amargo por las mañanas.
Desentráñame lentamente
como tus libros de Bolaño.
Quiéreme sutilmente
como una hoja de otoño
que se quiebra fácil 
bajo la lluvia inclemente. 
Mírame dulcemente 
como abeja a su miel.
Siénteme,
de niña a niña
de mujer a mujer. 
Tómame, 
como una palabra esdrújula
y escríbeme 
en el palacio de tu alma. 





Afonía de palabras

He despintado todos los atardeceres desde que te fuiste

¿Cómo comenzar un poema 
que se encuentra 
en la alteración máxima de su disfonía?
¿Cómo le pido perdón a las palabras 
para comenzar a escribir?
¿Cómo remedio un error 
sin que abrume la pluma entintada?
Si pudiera trazar un dibujo 
en la palma de tu mano,
esbozaría círculos 
para distraer tu descontento.
Si pudiera escribir el vocablo apropiado
sin tocar el tejido fibroso 
que se rompe cuando se daña.
Pero las palabras están enfermas de todo,
respiran con incertidumbre 
la hora de su muerte
¡Agonizan!
Pero si pudiera…
solo si pudiera disgregarme 
de la pena que me roe,
pondría mi corazón 
sobre la mesa de aquel lugar 
en donde solitaria y contemplativa 
tomas café pensando en tus anhelos.
O si pudiéramos tomar nuestras manos 
y presionarlas fuertes 
hasta reconocernos,
como cuando éramos dos niñas 
riendo dentro de un cuadro 
pintado por un loco,
tal vez,
aquella obra se transforme 
en un sitio para habitar 
nuestras otredades para siempre
y repetir, 
repetir y repetir,
el inusual y magistral encuentro 
de fuego y carne
que transformó los atardeceres 
en rojo escarlata.
Si pudiera,
pero no puedo.
Porque se ensució todo.
Y las palabras siguen con fiebre 
en este poema, 
que morirá una vez leído.
Los demás pueden leer 
y comentar el verso,
pero a mí no me importa,
porque mientras ellos leen 
y escuchan este grito poético,
yo estoy llorando. 
Y si tú estás leyendo esto,
te pido que recuerdes 
mis apócrifas alas magnánimas 
que inventé para acompañar tu vuelo.
Yo me quedaré 
en ese cuadro pintado por el loco,
esperando que regreses 
por el beso póstumo.
Y te pido perdón,
por aquel error 
que me costó el devenir de tu mirada.
Por aquel error 
que costará tu eterna ausencia.
Por esta imperfección mía 
que no tuvo cura hasta tu adiós.





14:30
 
Te extraño.
Extraño el abrazo inesperado 
a eso de las 14:30,
las manos tuyas descubriéndome,
el beso tibio del cual me hice prisionera.
Te extraño.
Extraño tu aroma circundando mi cama.
Me inquieta,
el frío pedazo de madera.
Me aferro a las sábanas (húmedas aún)
a la almohada que tomó tu forma.
Miro hacia el velador y dibujo 
el amargo de tu café por las mañanas.
¿Crees que espero a alguien más 
tras la puerta? 
¿Crees que no te buscado 
en las plazas por las que paseas
junto a las palomas que te asustan?
¿Crees que no he seguido 
los rastros de tu fragancia 
por las cafeterías
o no he buscado las colillas de cigarro 
por las calles de la ciudad 
con el color de tu labial?
¿Crees que no te extraño,
o lo sabes y prefieres ignorarme 
fingiendo que jamás existí? 
Porque eso es más fácil 
que enfrentar una mirada 
que pudiera quemarte
¿Es eso?
¿O es cobardía y temor 
lo que te hace tan fría y displicente?
A veces me pregunto si me extrañas,
si caminas por ahí 
creyendo que nos encontraremos
y me evitas, 
escabulléndote por los callejones luctuosos 
porque no podrías controlar 
las contracciones de tu abdomen al verme
o las diástoles de tu indolente corazón.
A veces imagino que nunca te fuiste,
que vendrás a buscarme,
mientras el mundo detiene su rotación 
de infinitas horas. 
A veces imagino que golpearás mi puerta
y aparecerás como un milagro. 
Que solo estabas intentando vivir sin mí.
Lo cierto,
es que tu ausencia no es poesía,
sino una cruda realidad 
que me mata lentamente, 
haciéndome sangrar por todos lados. 
Lo cierto,
es que la rueda sigue girando
y la psicología sobre el amor 
se vuelve teoría barata. 
El teorema de los versos 
aminora toda palabra dicha
y mi reloj marca siempre la misma hora,
que hoy odio, 
con todas las iniciales de tu nombre. 





Despedida
 
Vengo por mis cosas –me dijo.
Yo le abrí la puerta para que entrara
sabiendo que después 
tendría que cerrarla para siempre
y me desgarraría los próximos minutos 
deseando su regreso.
En un bolso, 
echó un par libros, 
algo de ropa, 
un par de zapatos,
y el cuadro de los Detectives Salvajes
que le había pintado el loco de la barbería. 
Mientras guardaba sus cosas,
tuve un horroroso sentimiento de tristeza 
que mató a todos los pájaros
que aleteaban dentro de mi pecho.
Jamás la volví a ver,
pero no hay día en que no la recuerde 
y no grite su nombre hacia el cielo,
esperando que en el eco de mi clamor, 
sus oídos me reconozcan. 





Ausencia
 
 Yo pensé: de esta noche no paso, cuando sentí que el 
corazón se me salía por la boca por culpa de tu ausencia
Todavía no puedo creer 
que te hayas ido.
Me unto los dedos en el vientre
para saber si es real 
o una pesadilla.
Aún creo que despertaré 
agitada por tu aroma,
desnuda, 
en la hondura de tu imagen.
Que seguirás mojando mi cama ciénaga
y encenderás la lámpara del sosiego
cuando el relámpago de las turbaciones
me atrapen como niña asustada. 
Todavía siento 
como duerme tu espíritu sosegado 
bajo mis senos, 
todavía.
A veces creo que volverás
descendiendo de los astros 
como un milagro,
floreciendo libremente
en todas tus magníficas formas.
Que aparecerás 
en la inmensidad de mi habitación 
como la esfinge de cenizas 
sobre mis cigarros
en cualquier momento
y te pasearás 
por mis aterciopelados glúteos
en donde tantas veces 
dibujaste girasoles.
¡Vuelve aquí amor mío!
Vuelve
¡Sácame de este ensueño indómito 
que es tu ausencia!





Sin ti… yo no
 
Me voy de mi propio cuerpo dando gritos 
y me hilvano la piel capa por capa
mientras intento olvidarte
Yo podría superar un mal amor,
podría olvidar,
sepultar,
ignorar,
prescindir,
odiar a un mal amor.
¿Pero a ti?
¿Cómo podré soportar con sobriedad 
el alarmante halo de la noche
y el silencio del amanecer sin ti?
Respiro el verso y me ahogo 
con la tinta trabada en la garganta, 
como si no tuviera más remedio 
que agrietarme con el tiempo
contando las horas 
que me quedan en los pulmones
lleno de suspiros y tabacos. 
Son las dos de la madrugada 
y te invoco.
Te hablo,
te escribo,
te pienso,
te siento,
te olvido y en eso,
me pierdo en los segundos 
que son eternos.
Quisiera correr hacia ti,
pero no tengo más que estos gestos agonizantes 
y estas pálidas palabras de despedida. 
Quisiera soportar 
el despótico estruendo de tu indiferencia
y olvidarte como tú me has de olvidar.
Quisiera,
pero no puedo,
porque apenas lo intento
resurges con más fuerza
y te conviertes en el verdugo 
que lastima a latigazos mi espalda,
solo para que yo entienda que ya no,
que ayer no,
que hoy no,
que mañana no,
que nunca más,
que jamás.
Ensombreces todas las posibilidades de amar
y en realidad ya no importa.
He aceptado el ronquido de mi voz 
al pronunciar tu nombre,
mis coyunturas desmembradas frente al espejo
cuando estoy desnuda,
la cicatriz que no mejora 
dentro de mi pecho
y los harapos que uso 
para abrigarme la espalda 
lesionada por tus azotes. 
He asumido las espinas enterradas 
en mis pies camino a tu encuentro, 
la ingrávida forma de mi esqueleto 
reconstruido por los arcángeles 
que me encontraron sucia y macilenta 
debajo de mi cama.
Dime ahora que has leído esto,
¿cómo te olvido?
¿Cómo olvidar cuando nos amábamos 
debajo de los sonidos
cuyas vibraciones perdían su sentido 
por el bramido de tu orgasmo?
Sin ti los astros se caen del cielo 
como animales envenenados. 
Sin ti los arquetipos del amor
son solo maquetas grotescas 
reemplazándote. 
Sin ti, 
ya no,
hoy no,
mañana no.
Sin ti… 
yo no.





Desvelos 

Llevo doscientos días sin dormir,
escribiendo versículos sagrados 
en tu nombre.
Un colibrí se posa en mi ventana 
y los canta con sonetos disonantes.
Tengo miedo que en realidad 
sea un cuervo malévolo 
que me degollará 
en cualquier momento
y lanzará mi cabeza 
a recónditos jardines
de extrañas flores.
Tengo frío y estoy ebria,
los espectros del desamor 
beben conmigo un vino menstruoso,
mis pies se arropan como dos niños
abrazados en la tormenta
y mis brazos se hunden en el lecho
como dos hielos 
sobre rescoldos infernales. 
Estoy desvelada 
desde hace doscientos días
y ya no hay más símbolos proféticos
que puedan expresarse 
en este aire nocturno
lleno de humo y nicotina. 
¡Pero qué sabes tú de desvelos!
¡Qué sabes tú 
de no poder dormir contando ovejas 
que saltan sobre el asfalto
marcado con tus huellas errantes!





Me pregunto
 
Yo me pregunto: 
¿Por qué todos hablan de ti 
como si fueras una constelación 
que aún existe 
en la clara diafanidad 
de mis silencios? 
¿Si el viento sacude la puerta
debo creer que eres tú?
¿Y si aparece una sombra escalofriante
con el perfil de tu prestancia
debo abrazarla?
¡Háblame!
¡Asústame!
¡Atorméntame!
Pero no me dejes dibujando 
con un lápiz negro
la niebla que te cubre 
como sacro manto. 
¿Qué debo hacer 
para volver a encontrarte? 
¡Qué debo hacer 
si ni siquiera la brisa de tu fragancia
permite extasiarme sin sufrimiento! 





¡Piedad!

Eres el poema que nunca terminaré de escribir
Yo te suplico 
bajo tu altar maligno
en donde condenas a los caídos
y alargas su sufrimiento 
que te vayas de mi prosa.
Te lo imploro 
con mis rodillas ancladas al piso.
¡Ándate!
Por favor, 
Ándate
¿Por qué prolongas el castigo?
¿Por qué mejor no me matas 
de forma implacable 
y te evitas la prolongación de mi existencia 
dentro de tus escenarios más proscritos? 
¿Tan cobarde eres 
como para no verme retorcer en la hoguera,
pero sí mandar a tus serpientes
para que muerdan mis entrañas 
y deleitarte con eso?
¡Prefieres verme agonizar 
que perdonarme la vida!
No seas cruel.
No agrandes más 
el socavón de este abismo 
por el cual voy cayendo 
sin quimeras ni esperanzas. 
¡Ten un poco de misericordia!
Me has torturado suficiente 
con el resonar de tu indolencia 
y el rechinar de tu desprecio. 





Zapatos
 
Eran las 19:30 horas en una cafetería...
No logré ver su rostro, 
pero sí, 
sus zapatos. 
Mucha gente tiene esos zapatos, 
pero indiscutible era 
el movimiento de sus pies.
Por todas esas cosas 
de las que está hecha su encanto,
no pude entrar.
Eran las 20:00 horas en otra cafetería…
Con una taza de café media fría, 
me quedé pensando en sus zapatos 
y todo lo demás unido a ellos.
Y pensar que alguna vez 
adornaron mi habitación
y pensar que alguna vez 
caminaron a mi lado…





Malditos Conejos
 
Ella volaba en los brazos de su padre 
y amaba los conejos
Acabo de recordar 
a una noble y dulce mujer 
de zapatos elegantes
que amaba los conejos. 
Ella resuena en mi mente hasta hoy
como una llaga incurable,
como un estigma 
de eterno desconsuelo, 
mientras yo, 
soy irrealidad y utopía en su memoria,
un recuerdo deforme 
en su cajita de lápices
con los que dibujaba sus conejos. 
¡Me acuerdo de los conejos!
Me hablaba de conejos…
de patas de conejos
de orejas de conejos,
de bigotes de conejo,
de sabios conejos,
de sombras de conejos.
¡Conejos, conejos, conejos!
¿Y qué hago ahora con tantos
que no hacen más 
que comer zanahorias 
en mis adentros?
Todavía ella existe 
en todas mis realidades
y en todas partes la sigo amando.
¡Malditos conejos!





Me llevo las orquídeas que alguna vez dejé sobre tu 
mesa, cuando aún te amaba debajo de mis párpados. 





Flores Malditas
 
Voy a desterrar las flores que tanto amé,
de la tierra en que nacieron 
las arrancaré con fuerza,
sin clemencia las deshojaré. 
Tal vez las haga agonizar lentamente,
llevándolas como castigo 
a la soterrada muerte.
Flores malignas 
que entierran sus espinas en los dedos.
Se desfloran con sus hermosas formas 
solo para verme sangrar. 
¿A cuántas les he pintado la primavera?
¿A cuántas falsas y embaucadoras 
unisexuales y hermafroditas 
he amado con locura? 
De nada sirvió 
que me desviviera regándolas una a una
hasta verlas florecer. 
¡Abominables seres disfrazados de ternura!
¡Ellas no son más que el inicio 
de la destrucción!
¡Yo que tanto las cuidé!
¡Yo que tanto las quise!
Yo, que sequé sus lágrimas 
y las contuve en mi capullo 
cuando cayeron al lodo 
con los demonios malolientes.
Yo que las rescaté 
y curé uno a uno 
sus dañados pétalos marchitos,
sanando el tallo seco y podrido 
por quién las había defraudado.
¡Malagradecidas!
¡Séquense todas 
ya no me importan!





Rojo

—¿Qué se siente pintar a un muerto? 
Solo soy un cadáver 
complaciendo otros cuerpos —le dije.
Entonces, 
como si yo fuera una pintura 
de acuarela monocromática,
comenzó a pintar mi espalda con su lengua. 
Color magenta, 
durazno y rojo. 
Lo cierto, 
es que antes de ser su obra,
era un lienzo viejo lleno de polvo,
arañas y polillas;
escondido en una pieza oscura,
descascarado por el frío.
 




El último entuerto

Ella no necesitó un arma para matarla, 
ya lo había hecho con las palabras
Ella vino a darme la última estocada
mientras recién terminaba 
de sanar la anterior.
Ella fue la loba vestida de oveja 
que devoró todo el rebaño,
la bestia repulsiva disfrazada de mujer,
que de sus presas no deja rastros. 
Ella es la que siempre regresa 
a patearme la cabeza con más fuerza
haciéndola rodar una y otra vez 
por las escaleras del agravio.
Golpe tras golpe,
ella revela el ego herido 
de su niña interior maltratada.
Soy la masoquista 
que pone límites post-mortem. 
¡Oh, víbora despiadada!
Si no fueras tan bella,
me levantaría de mi tumba 
para vengarme y despreciarte,
como tú lo has hecho 
con esta hembra dúctil
que solo supo darte amor. 





Infamias de luz

Me da miedo saber que no seré la misma 
que mataron las luciérnagas

¡Infamias de luz!
¡Ustedes no pueden ser luciérnagas 
si no regalan destellos!
Pensaba que mi alma estaba muerta 
¡Pero arde!
¡Incólume!
Invicta 
y sin derrota.
Lista para vuestro sepelio. 
Lombrices mal paridas
que confundí con resplandores. 
Ya no las necesito.
Ahora soy albor,
llama y centello.
¡Ahora soy la soberana 
de mi propio imperio!





Eucaristía
 
Voy a sacarme el corazón 
y lanzárselo a los perros 
del desconsuelo.
Perros hambrientos,
sedientos,
moribundos
piojentos,
arestinados,
sarnosos,
rabiosos, 
violentos. 
¡Perras y perros!
¡Coman y beban todos de él!
Porque este es el cáliz de mi sangre,
que será derramado por vosotros
para el perdón de mis pecados. 
Coman y beban todos 
de este mal querido corazón,
lleno de espinas y clavos oxidados.
Hagan esto en conmemoración mía.
Amén.





Crucifixión
 
¿A cuántas más que me habitan debo matar?
¡Ya no me queda ninguna mujer adentro!
Solo un puñado de clavos ruginosos 
con los que yo misma me crucifiqué 
en una cruz que no era la de Cristo.





Envenenada
 
Es cierto que estuve herida,
que sangré por culpa de serpientes
que insertaron sus lenguas 
con goce en mis adentros. 
Que me atraparon distraída 
e inyectaron su veneno 
sin misericordia.
Asumo que tuve culpa al aceptar
las sobras de amor
de aquellas víboras abruptas 
y malintencionadas,
que no me quise lo suficiente 
para evitar que me jalaran del cabello
y me abrieran las pieles hasta la mollera. 
¿Cómo pude denigrarme tanto
por un poco de agua?
¿Cómo pude conformarme 
con las sobras de un plato frío?
¡Estoy gritando de rabia!
¿Me escuchan?
¡Estoy buscando más bocas para gritar mi odio!
¿Me oyen? 
¿Se trata de hacerme cargo 
de la mierda que desparramaron 
y tuve que limpiar con mis manos?
Ya no puedo besar a nadie más.
Extasiada estoy en el oleaje de mi saliva
¡Estoy envenenada!





Antes de despedirme, ¿debo romper la hoja en la que 
escribí tu nombre y te dibujé como el último rayo del 
sol entre esos cerros?





Shock anafiláctico
 
Soy la araña que teje su propia red 
y a medida que crece 
se vuelve impenetrable.
En lo alto de mi lecho, 
suspendida,
he formado mi hogar 
con hilos oscilantes.
Soy la araña mordida por artrópodas 
de semblantes juveniles.
¡Arácnidas letales! 
¡Venenosas y mortales!
¡Todas! 
Sin excepción alguna, 
deberán buscarme 
en el rincón despoblado 
donde habitamos las arañas valerosas
si quieren tenerme otra vez. 





Voy

Voy dejando atrás un vestigio de lágrimas 
por un río desembocado
cuyos peces nadaron contra la corriente.
Voy tomando fuerza 
desde la boca del estómago hasta las sienes.
Me pongo la coraza y me defiendo 
de aquellos que me recuerdan 
como un grajo negro.
Estoy aprendiendo a caminar 
con mis piernas arácnidas
sobre paredes poco maleables.
Extendiendo mis heridas alas 
hacia un cielo escondido tras la gloria. 
He bautizado a mis demonios 
como los hijos que nunca tuvieron madre,
los amamanto como niños desnutridos 
faltos de leche y ternura.
Es el momento perfecto 
para pintar mis uñas color escarlata
y contemplarme 
hasta alcanzar la belleza de las flores.





¿Esto es el amor?

¿Esto es el amor?
¿La lágrima que cae,
que se escuece en la boca y la quema?
¿Una palabra sorda 
ocultando sus fonemas policromos? 
¿Es el amor una maldición 
que convierte en bruma las almas?
¿Un conjunto de hormonas 
convulsionando dentro 
de una embocadura negra?
¿Una aguja en el corazón 
que va entrando hasta romperlo? 
¿Es el amor el último eslabón 
de la cadena de la desesperación?
¿La fuerza bruta de los destroces?
¿Un monstruo devorándose a sí mismo 
para evitar su inanición? 
¿Un caníbal hambriento de gemidos? 
¿Es el amor un sin número 
de innumerables tropiezos?
¿Un impulso para crear una historia 
que tendrá fin?





Relato

Definitivamente 
el verdadero poema 
es aquel que no se escribe,
el que las palabras no alcanzan a definir 
lo que se clava en el pecho y estalla.
Los versos, 
que en su más breve lejanía 
intentan prolongar una efímera forma 
de la emoción que ahoga y remece,
solo componen lo imaginario.
Ya no tengo argumentos poéticos 
para precisar tu belleza inverosímil. 
Se han descompuesto 
las mariposas de mi vocabulario. 
Si fueras un color 
diría que eres azul, 
blanco o rosa.
¿Diría amor? 
Diría que en ese espacio 
entre el lápiz y el alma
existe una brecha infinita.
Porque el dolor se llora,
no se escribe.
El dolor que retuerce 
la carne y los huesos
¡No se escribe!
Por eso, 
esta no es una poesía,
solo es un relato fingido,
actuado,
inoportuno, 
fatigoso,
tontamente romántico,
francamente tedioso.





Quédate conmigo 

Quédate conmigo,
seamos el refugio 
de nuestros pecados
y entremos gozosamente 
hacia el callejón cenagoso 
en donde podremos amarnos 
sin injurias ni tribulaciones. 
Bebamos de nuestras sequías.
Nosotras tenemos bellezas ignoradas 
de la tierra fértil, 
por quienes no supieron apreciar 
el perfume de lo intenso. 
Corramos de la mano 
junto el viento iracundo 
que roza hormigueante 
por nuestras sexos 
como miles de gusanos. 
Hagamos el amor 
con la punta de la lengua.
Rompámonos el alma con los dientes,
los labios, 
las piernas,
los brazos,
la epidermis.
¡Quédate conmigo!
Desciende hasta mí 
como la luz que satisface 
los espacios límpidos. 
¡Dichosa seré 
si puedo desplegar mi desnudez 
sobre tus vestiduras! 





Gran Reserva Carménère 

Tómeme, 
como si fuera la última gota. 
Soy un vino rojo violáceo 
de color intenso.
Saboree mis senos aromados 
en pimienta negra
con toques de mora y fresas.
Tómeme y embriáguese,
con el acompañamiento perfecto 
de su tacto.
Béseme con larga persistencia
y agarre mi cintura con fuerza 
cuando vaya entrando.
¡Salud!





Fruta
 
Entra en mí,
con todos tus dedos,
como si fuera un mango que al morder 
se escurre por todos lados. 
Entra en mí,
con toda tu boca,
como si fuera una sandía 
roja muy roja.
Muérdeme y disfrútame
sobre el mantel de fuego infalible.
Aliméntate gota a gota 
con el sabor del olimpo, 
creado por aquellos dioses 
que supieron saborear 
el néctar de lo prohibido.
Nutre los lirios de tu carne 
y emana el sudor ferviente del deseo.
¿Vas a quedarte mirando 
como fermento 
sobre la frutera vacía? 
¿O vas a tomarme frenéticamente 
hasta que no quede nada más por tragar? 
¿Tragarás arrodillado 
todas mis eróticas pulpas?
¿O tendré que sacarme 
la cáscara que me cubre 
y seducirte envuelta en azúcar?
¡Ven!
Usa tus dientes mortíferos 
y despréndeme de ser la fruta 
que no han comido los pavorosos. 
¿Serás un cobarde también?
¿O rechinarás tus dientes 
luego de haberme disfrutado
con tu lengua deliciosa? 





A Rimbaud con C

Esperé mucho tiempo este momento –me dijo

Vestido de mármol,
desde el espejo, 
se asoma un hombre alto 
de bigote elegante,
cuyos hombros 
tienen la apariencia 
de un gigante. 
¿Cómo resistirme 
a la perfección de su torso? 
¿A su simétrica silueta 
envuelta en vellos de seda?
Suspicazmente, 
desliza sus largos dedos 
por mi desarticulado cuerpo,
entrando delirante 
en todas mis cavidades.
La suavidad de su tacto
entre mis piernas me enardece
y su catártico aliento 
como viento en mi oreja 
me estremece toda.
¡Es él! 
Y está lloviendo en mí.
Aullando como el lobo 
que dejó su manada 
para irse con la carroña, 
haciendo de un encuentro fugaz
una explosión acérrima 
y perdurable. 
Soy la musa de Adonis.
Soy la mujer del poeta errante,
soy su verso,
su amiga, 
su furor,
su amante. 





Secreto

Nadie me creería si contase 
que hice el amor con un demonio.
Y no estoy hablando 
del acto de fornicar
o de poseer a otro 
en una breve cópula,
no.
Hablo de una entrega profunda,
en la que nos vaciamos los ojos
con imágenes extravagantes,
en la que traspasamos nuestras manos
como ofrenda,
en la que la cordura exige
que las lenguas se traguen si probarse. 
Hablo de la germinación 
de un lenguaje abstracto
en el que despreciamos 
la intimidad carnal, 
para dar testimonio a lo efímero 
de un par de caricias sin pieles. 
Nadie creería que un demonio
pudo hacerme sentir que soy un ángel… 





Mi corazón está enterrado en un desierto cuyo camino 
he olvidado…





Toda yo sangrando

A mi soledad 
le están creciendo alas,
las siento desgarrándome la carne
como un cuchillo afilado,
como estaca que se clava en el pecho
y desborda la sangre 
de mis arterias tan diseminadas.
 Tomo impulso para abrazarme 
cuando cae la noche,
para sentirme los pies y la cabeza 
en una misma cama.
No hay nadie más 
que mis demonios y yo 
corriendo por las paredes,
esperando que me levante 
para devorarme otra vez
como bestias hambrientas. 
Tengo miedo de caer al pozo
donde se oyen voces foscas 
las cuales aúllan y advierten
que nadie tomará mi mano 
en mi último aliento.
Tengo miedo de esta mujer 
que me acompaña por dentro 
y me hace llorar 
hasta la última gota.
Tengo miedo 
de no recordar quién soy, 
o quién seré
cuando por la mañana 
llamen a mi puerta. 





Al Final Todo Muere

“Al final todo muere”
La voz de aquella frase 
ahora es el sonido 
que resuena en mis oídos
como una canción fúnebre 
que ensordece.
Era cierto,
al final todo muere y se pudre.
El cuerpo, 
la descomposición de la carne.
Se pudre la fruta con el moho 
antes de ser masticada 
por paladares hambrientos. 
Se pudre la madera 
cuando el agua entra en su interior, 
saturando la fibra perfecta
de lo que alguna vez 
fue un mueble fino.
Se pudren las plantas 
por el mal drenaje del suelo, 
sus raíces. 
Se pudren las palabras 
de quien habló de amor,
su halitosis,
el veneno,
la mentira.
Se pudre el pan 
de la panera compartida,
fermentan sus esporas, 
se endurece.
Ya no está para la última cena.
¡Se pudre todo!
Porque basta un segundo,
un parpadeo de ojos,
un movimiento confuso,
una decisión equivocada, 
un latido anómalo,
para que el mundo 
se caiga a pedazos
y todo se quiebre 
de manera incómoda.
Ahora se pudre el poema,
se distienden los sonidos, 
se rompen las palabras,
los fonemas,
las estrofas,
las malditas frases rebuscadas.
¡Déjenme sola que quiero llorar!
La fermentación final 
de las sustancias orgánicas
que alguna vez dentro de nosotros 
fueron vida. 





Te dejo ir dentro de un barquito de papel cuyo 
destino es el desagüe, nadie dijo que siempre sería tan 
romántica. 





Arrepentimiento

¡No me vengan con: 
“Yo te lo dije, Vanessa” 
¡Porque no respondo de mí!
¡Ya sé!
¡Lo arruiné!
Pero no me vengan con: 
“Yo te lo dije, Vanessa”.
Me tienen podridas las frases de cartón, 
mencionadas con bótox en los labios 
y silicona en las mejillas. 
“Responsabilidad afectiva”.
“Comunicación efectiva”.
“Tiempo al tiempo”.
“Todo pasa por algo”. 
“Dios sabe por qué hace las cosas”.
“Lo que no te mata te fortalece”. 
“Todo es un proceso”.
“Weona tu podí” 
¡Mentira!
Oraciones rebuscadas para fotos de perfil,
para sostener la falsedad 
de quienes creen no estar rotos. 
Así que no me apunten con el dedo,
ni me miren fijamente.
No,
Shhhh,
no me juzguen
¡Cállense!
¡Por la cresta que les gusta meter 
el dedo en la herida!
Cómo si no tuviera ya suficiente 
con el gusano que la escarba.
Ustedes que esconden 
tras sus máscaras de arcilla
las cruces de su espalda,
no me digan 
que me entienden,
que comprenden.
No se metan conmigo
¡Porque soy la dueña de mi hambre!
¡Soy la dueña de mi sed!
Nadie puede decirme a estas alturas 
que no aprendí suficiente,
que no sangré suficiente,
que no lloré suficiente,
por amores de plástico que arrancaron 
al más mínimo demonio revelado. 
Así que no me vengan con:
“Yo te lo dije, Vanessa”,
porque a pesar 
de que nunca en realidad 
me transformo,
de que nunca verdaderamente 
he cambiado,
a veces me veo distinta.
Así que no me vengan con:
“Yo te lo dije, Vanessa”.
Porque aun arrodillándome 
por mis pecados
ante un Cristo redentor,
continuaré siendo siempre 
la única condenada a muerte,
la única quemada en la hoguera,
la más apedreada en la plaza 
la única ahorcada en la horca,
y la última en cerrar la puerta.
De profundis clamavi an te, domine;
¡Domine, exaudi vocem meam!
¿No es esta plegaría 
una expresión supuestamente salvadora? 
¿Esta es la forma en que desaparecen 
los remordimientos? 
¿Este es el viacrucis de una mujer
que hace de su dios un verdugo? 
O tal vez sea solo 
un conjunto de vibraciones erradas, 
que rugieron acongojadas 
en todas mis cuerdas vocales,
cuando me arrepentí
y no me perdonaron. 
Así que no me vengan con:
“Yo te lo dije, Vanessa”.





La prosa de la prosti
 
Junto a la prostituta 
del bar de la esquina, 
iba cantando al unísono,
una canción kitsch 
de los años ochenta.
Al compás de la melodía 
sus tacos bamboleaban 
aún más nuestros cuerpos
ya embriagados hasta la médula. 
La cartera entreabierta 
con billetes al aire, 
presumía la buena racha de la prosti, 
quien me contaba 
sobre el precio de las chupadas.
—“¿Qué es el amor?” 
Nos preguntábamos 
desde la embriaguez, 
desde nuestras agudas 
y laceradas disfonías, 
desde nuestras pieles desgarradas 
de distintas formas, 
desde sus fálicos puntos de vista 
o desemejantes aventuras sexuales. 
—“¡Para mí el amor es una chupada!”—bromeaba la 
prosti. 
Con su voz raspada por el cigarrillo 
lleno de labial y saliva, 
mientras los perros 
le orinaban las bucaneras 
y de vez en cuando 
paraba un auto preguntándonos 
si éramos el combo de la noche.
“¿Dos por una?” 
“¿Cuánto por las dos?” 
“¿Hacen trío?”
Pero la prosaica se las sabía por libro 
y le hacía ojitos al Lamborghini negro 
de intermitentes encendidos, 
desde donde asomaba la cabeza 
un hombre de corbata italiana 
y bigotes de vikingo.
—“Andai’ muy señorita, 
me vai’ a espantar los clientes”–me decía.
Mientras que con una sobreactuada elegancia 
arreglaba sus medias negras con encaje, 
como si no tuviera prisa 
y bebía grandes sorbos de una botella cerveza 
que guardaba bajo su pestilente brazo. 
—“¿Y qué es el amor?”–me seguía preguntando la 
mujer, 
que ya tenía bastantes billetes 
en la cartera imitación Chanel 
y se echaba, 
se echaba, 
se echaba, 
ese perfume pachulí 
que intoxicaba hasta a los muertos. 
Respiré profundamente 
antes de responder,
pero ella inclinó su mentón 
extraviando sus pupilas dilatadas 
hacia alguna zona de mi cara 
y volvió a pronunciarse 
con más énfasis, 
interrumpiéndome. 
—“Yo te diré, qué es el amor”—me dijo con sus ojos 
vacuos 
esbozando una irónica sonrisa. 
Y cuando me iba a dar la gran respuesta, 
se tomó el último concho de cerveza que le quedaba, 
lanzó la botella al medio de la huella,
eructó 
y se fue…





Cuando las palomas hablan

“Sea dura compañera”—me decía la anciana 
de cabello nevado y pajoso,
quien se hallaba alimentando 
palomas roñosas en la plaza,
con migas de pan, 
mojadas en vino.
La anciana 
tenía la mirada cansada 
y sin rumbo.
Las trincheras de su cara
y su boca hundida sin huesos
como si se tratase de un libro viejo,
narraba su interno caos.
A ratos,
se rascaba el trasero insistentemente
y se sacaba los piojos 
reventándolos 
con los espolones óseos de su palma.
Ávidamente fumaba,
lanzando el humo hacia un costado,
dejando entrever sus amarillos 
y carcomidos dientes. 
“Sea dura compañera”—repetía la anciana.
Usted tiene los párpados hinchados 
de tanto llorar 
y es muy joven para tener la sonrisa dormida.
No llore,
a nadie le importa 
que usted tenga los ojitos aguados
cuando le tocan la fibra
y la destrozan por dentro,
despedazándola 
y convirtiéndola en un festín,
con el que una jauría de perros
harían su última cena”
“¡Agárrese fuerte compañera!
Cuando caiga al fondo 
de un pozo empantanado.
Con el tiempo irán saliendo
las telarañas habitadas
en los inhóspitos rincones de su alma”
“Póngase dura.
Este mundo no es para mariposas esplendentes
cuyas serpientes mortíferas
deseosas están de comer”.
“Usted tiene que levantarse,
reconstruirse,
¡Alzar la voz!
¡Golpear la mesa!
¡Levantar el puño!
¡Gritar!
¡Enojarse!
¡Decapitar!
¡Morder!
Huir,
cuando detecte el veneno
de las víboras chupasangre.
Que no la opaquen
como paisaje de invierno,
cuyos días el frío carcome los huesos,
cuyas nubes revelan el semblante de los débiles”.
“¿Sabe qué compañera?”—me contaba la anciana.
Cuando yo era pequeña 
nunca tuve un juego de tazas,
una muñeca,
un carrito de supermercado,
una leche de chocolate en la mamadera,
es más,
ni siquiera tenía una.
Jamás tuve un peluche regalón,
una caja de lápices de colores 
para pintar arcoíris
y regalárselos a mamá,
porque no tenía
y esto es gracioso,
le pintaba corazones en blanco y negro 
a alguien que no existía”.
“Mi mamita era como una especie 
de película de ciencia ficción.
¡Ah!
Pero lo que sí era cierto
eran los cálidos,
muy cálidos abrazos de mi padre
los arrumacos,
los besos,
las caricias,
las lamidas de mi padre.
“Quédate quieta pa’ lamértelo”—me decía.
Me hicieron mujer a los siete años
por eso ahora tengo ciento cincuenta”.
“¡Y mi hermanito!
¿Le cuento de él?—me seguía contando la anciana 
mientras expelía el humo del cigarro 
hacia el costado. 
Pablo se llamaba.
Seguía una pelota
que jamás llegó al arco.
Gritaba: ¡Gooool!
¡Con toda su garra!
Como si por la boca le saliera fuego
y desde el pecho un dragón.
¡Pateaba la pelota 
como un caballo endemoniado!
Pero solo para que la bestia de mi padre 
no le sacara la cresta
o el ojo le dejara morado”.
“¡Hazte hombre!—le decía.
Pero Pablo se pintaba las uñas
cuando nadie lo veía.
Pero yo sí,
lo observaba tras la cortina
llena de hoyos y rasgaduras
de tantos intentos por fugarnos.
Pablo también se ponía mis vestidos rotos
que me hacía mi abuelita sorda,
o que se hacía la sorda,
para no escuchar nuestros quejidos
cuando nuestro padre nos penetraba”.
La anciana volvió a fumar.
Me quedó mirando,
como si estuviese arrepentida
de sus heridas confesadas
y como si por primera vez acariciase,
rozó mi mejilla,
con sus ásperas 
y agrietadas manos.
Pero ahí nos quedamos,
en la plaza,
la anciana y yo,
tomándonos el vino…
lanzándole migas de pan a las palomas.





Conchasumadre

Desde que te perdí
me convertí en una conchasumadre
y yo antes no era una conchasumadre,
era una cabra buena, 
sana, 
de casa.
Solía decir frases líricas 
y mamonas como: 
te amo,
te quiero,
te extraño,
te necesito,
etcétera.
Dichos cursis 
que nacen de un corazón honesto. 
Lo cierto,
es que desde que te perdí,
me convertí en una conchasumadre.
Me convertí en puta, 
ramera,
pelandusca,
alcohólica,
anónima,
drogadicta,
toxicómana,
suripanta,
violenta,
pulenta,
cabrona y
turbulenta. 
Fui las peores cosas
e hice las peores cosas.
Me lancé a los brazos de Pedro, 
Juan y Diego.
En ese orden y al revés.
A veces hasta los confundía a los huevones.
La idea era sentirme más conchasumadre.
También me entregué 
a un par de mujeres desquiciadas
que me enseñaron sobre la autoflagelación.
Entonces me golpeé sin mesura,
hasta sangrar. 
Otras sadomasoquistas 
usaban elementos dolorosos
para dominarme. 
Pinzas,
cadenas,
ataduras,
látigos y mordazas. 
Pero la verdad, 
no sentí mucho,
porque yo estaba muerta 
y la muerte es un proceso irreversible 
que resulta del cese de la homeostasis, 
por lo cual todas las funciones vitales 
llegan a su término.
Y yo, 
había llegado a mi término.
Estaba muerta
y por lo demás, 
era una conchasumadre 
a quién no le importaba nada.
Cometí varios asesinatos 
y jamás me descubrieron. 
Maté a personas que me hicieron sentir algo,
¡Algo! 
¿Algo? 
Algo…
Maripositas, 
maripositas, 
¡Maripositas!
¡Pero a mi qué me importaban esas mariposas 
si no aleteaban junto a ti
dentro de nuestros vientres empapados en vino!
¡Ay cómo extraño ese roce macabro
cuando nos convertíamos 
en ofuscadas golondrinas!
Por cierto, 
¿Nunca supiste que tuve un hijo?
Que desafiamos todas las leyes de la naturaleza.
¿Nunca supiste que fue un niño 
y le puse Dante, 
como el poeta?
¿Tampoco supiste que fue un conchasumadrito?
Que acepté tener porque era tuyo.
Pero se me perdió en una tienda el pendejo
y ahora ni me importa encontrarlo.
Porque soy una mala madre,
te lo dije,
una conchadumadre.
Sí,
desde que te perdí
me convertí en una conchasumadre.
Pero tú tampoco lo hiciste tan mal ah…
Te fuiste cuando más te quería.
Eso también te convierte en conchasumadre,
pero eso no lo sabes 
porque eres de la elite 
y la gente de le elite 
pocas veces sabe que es conchasumadre.
El orgullo, 
la soberbia,
la arrogancia
¡El ego!
Les impide 
aceptar que se equivocan
porque se creen muy distantes y muy distintas
¡Pero yo no, 
yo no!
Yo soy una conchasumadre de tomo y lomo
y lo grito para que todos lo sepan.
De hecho, 
estoy esperando que me demanden
por ser una conchasumadre
e irme presa 
y ser la mocita dentro de la cana
de alguna camiona 
que me patee el trasero 
y me diga todos los días:
¡Hazme el desayuno conchatumadre!
Más aún, 
estoy esperando que alguien me patente
y me inscriba en la DIBAM.
Registro de propiedad intelectual, dos puntos:
Vanessa Conchasumadre.
Créanme que escribirme esto no es un castigo,
ni un poema,
ni un relato,
ni una prosa, 
ni una huevá,
¡No!
Esto es netamente un escrito conchasumadre,
expresado por una conchasumadre…





Condena

“Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que lance la primera piedra”
Yeshua bar Yosef

Si me condenan por quererla, 
no estaré tan lejos de la muerte, 
del dolor o la miseria. 
como otras veces.
Ya no le temo a las piedras 
que lanzan los que juzgan, 
aquellas que rompen 
mucho más que los brazos y las piernas. 
Ya no le temo a los azotes 
que despedazan la espalda desnuda, 
ni a los escupos en el rostro
de las viejas cigarras.
La mortificación de la carne 
será nuestra gracia.
Hemos de aceptarla con gozo,
nosotras,
las ovejas descarriadas. 
Me han preguntado si la odio,
si logro ver el fondo de su maldad, 
la sangre de sus manos,
la ira de sus ojos,
el veneno de su corazón.
¡Cómo se atreven a preguntar!
¡Cómo se atreven 
a escarmentar el amor de esta manera!
¡Ustedes los santos y justos! 
Que nunca han hecho mal a nadie
(Aparentemente)
¡Cómo se atreven!
Yo no soy hija 
de un dios de greda y asfalto. 
Ni soy la pecadora redimida
que suele sonreír con hipocresía
ante los eclesiásticos
para ganarse el cielo.
Mis altares no tienen velas,
oraciones,
ni cristos crucificados.
¡No!
Mis altares tienen aberraciones y torturas.
Lágrimas y aflicciones, 
ostias duras y vino añejo. 
Mis altares tienen 
batallas y recuerdos dolorosos,
enfermedades y reprensiones.
Duelos, culpas y castigos.
Mis altares tienen ataques de pánico,
invocaciones desesperadas,
libros de poesía, 
e intentos de suicidio. 
Así que no me pregunten más 
si la odio,
si la quiero,
si la recuerdo o la he olvidado…
Porque no seré yo 
la que sentencie sus actos,
ni la verdugo que la torture tras las rejas.
No se atrevan,
porque no tengo respuestas 
con verdades absolutas
sobre el perdón de los pecados,
ni tengo el poder para vengar 
a víctimas y victimarios.
¡Pongan sobre su cabeza si quieren
la punzante corona de espinas vengativas!
Si eso les permite dormir en paz
o resucitar a los fallecidos. 
Yo caminaré junto a ella el viacrucis
mientras sienta los estragos
del perdón y la compasión
y limpiaré sus heridas…
hasta que la muerte nos separe…





Masoquismo
 
La víctima siempre 
se levanta de su tumba 
para darse la última estocada,
con el mismo cuchillo 
con que fue asesinada...